CÓMO VEMOS CRECER TEJIDOS MUDOS
Observaciones sobre la serie El silencio de Miguel García Cano
El paisaje, género donde regía la voluntad de espacio descubierto o por descubrir, donde se manifestaba el proyecto de registro del mundo, de tasación de la tierra en propiedades conmensuradas y clasificadas como áreas transitadas o imposibles, ha sido sometido a una propuesta de re-organización. Sin vectores aéreos de fuga, sin elementos tensores de perspectiva explícitos, la mirada se obliga a recorrer la piel del territorio representado. Sin línea dominante de proyección a distancia, esa fantasmagoría que es el deseo de representar se vuelca hacia el relieve, hacia las pulsaciones de la tierra recordada.
La orografía, que fue abstraída para operar como medio del conocimiento visual, se transfigura en su objetivo final, y el arte de la pintura regresa a su razón pre-topográfica. La mano que pinta renunciando a términos estrictos de profundidad, establece el principio de lo táctil en los relieves a los que se adapta, y la ausencia de códigos de ruptura de planos exige la disposición de puntos de conexión tangentes, sin interrupción. En la era de lo inmaterial, se restaura la continuidad de la materia vista y, en el contexto del arte público, Miguel García Cano pone en práctica una relación de absorción, ensimismamiento, en que la mirada dista de los significados no más lejos del alcance de la mano.
El topos, la piel, es término temporal del deseo de ver y término espacial, punto de encuentro de las miradas. Se restaura una ley orgánica que re-organiza los paisajes de El silencio mediante las acciones de disposición de manchas sin centralidad. El paisaje crece desde un origen indeterminado y la montaña amable y antrópica (campo de representación en sentido literal) se desarrolla en movimiento uniforme y extenso. Ninguna línea de fuerza quiere adscribirse a una lógica obvia de diseño compositivo y el desarrollo de las zonas de color se produce recreando, no simulando, la aparente la naturalidad de un tejido celular reproduciéndose.
La tela, que ha soportado el proceso técnico de creación del paisaje, la sublimación de la naturaleza en artificio visual, es impulsada de retorno hacia una categoría cercana a lo vivo y, así como lo orgánico asume y ejerce funciones como ámbito de representación, aspira a involucionar hacia el tejido, entramado fisiológico o piel del mundo. ¿Es esto un intento por restablecer una relación originaria? Quizá. El arte renuncia constantemente a su experiencia. ¿Es un ejercicio de renuncia, de depuración? Seguramente, pero, …. ¿Es síntoma de un nuevo inicio en la práctica pictórica de Miguel García Cano?
Es silencio. El paisaje tatuado sobre la piel del mundo, previamente instaurada como condición de pintura, renuncia a la reverberación. El crecimiento del tejido denso y continuo parece imposibilitar cualquier eco y las voces de las formas emergiendo como imágenes son reenviadas a sus propios sentidos. Abolido el espacio de transmisión, los significantes quedan subsumidos en el mismo relieve representado para acogerlos. Sin proclamar ningún tipo de esencias, se remiten tan sólo a su espesor originario de imágenes. Es en la continuidad radical, densa y opaca, de esos tejidos pintados donde vemos crecer el silencio.